La último que hice antes de cerrar la puerta de mi departamento porteño fue meter adentro de la valija un abrigo. Es negro, todo peludo, divino. Me hace acordar a un tapado que mi abuela usaba para ir a los velorios de gente importante, los labios pintados, un par de tacos que se torcían cuando la caminata era más allá de las tres cuadras. Pero no, no es igual. Quizás me guste porque además del toque vintage, tiene un corte campera inflable “lista para la acción” y un cuello suntuoso de diva. Se la compré a una amiga por facebook. Ella no la usaba más. Bah, la usó dos veces, dijo. Yo la estrené en un recital de Miro y su Fabulosa Orquesta de Juguete, una banda de La Plata que cada tanto viene a Baires. Estuvimos con Juan, que vendría a ser el chico que me gusta, y también con mis amigos Martín y Ana, y otros músicos, todos sentados en unos sillones desvencijados, en un sótano de Barracas desde el cual se escuchaba la lluvia cada vez más fuerte. En un momento alguien pateó la mesita cerca de los sillones, cayó el vino, una copa de vidrio estalló contra el piso y no importó. Fue una noche hermosa. Y ésta también iba a serlo. Por eso había que llevar el abrigo a Rosario. Porque tocaba Coki y sus Killer Burritos.
El colectivo entró en la terminal a eso de las siete de la tarde. Me gusta llegar escuchando Kiko Veneno mientras busco la silueta alta de Juan entre la gente, que esta vez no pudo llegar. Claro, no lo dije antes. Juan es rosarino. "Estoy renegando con el botón del baño", me avisó por mensaje de texto. Le respondí que no se preocupara, que llegaba por las mías. Conozco las calles de Rosario. Por algo viví allá casi quince años. El mensaje me pareció, entre otras cosas, doméstico, adorable. ¿Cómo explicarlo? Está bueno cuando lo cotidiano puede andar desnudo y las cosas se aceptan como vienen, porque eso es la vida y, supongo, el amor.
Llegamos al bar Pugliese a la medianoche. Había una humedad alevosa. Desde el asfalto se elevaba un vapor tenue que ni llegaba a existir del todo, pisado por las ruedas de los taxis. En la vereda estaba el Eloy y otra gente. Eloy tiene unas camisas auténticamente mexicanas, bordadas, hermosas. Llevaba puesta una, con rosas rojas bajándole por los hombros. También estaba Mario, que es una suerte de manager de Coki. Me chusmeó al pasar algo que no entendí porque iba llegando gente que Mario saludaba y por eso no podía completar las frases. Juan tradujo: "va a estar Fito".
Al rato aparecieron en el escenario dos chicas, una en bajo y otra en guitarra, y atrás un pibe. La banda se llamaba “Escéptica”. Por alguna razón, había asociado ese nombre a un grupete lleno de sintetizadores, no a este power trío, que seguro son amigos de Eloy, el más punk de Rosario. Eso no implica que se vaya dando la cabeza contra los puentes, como dice la gente que no sabe y como leí en un cuento muy triste de un ruso, cuando era chica. Significa que agarra su bajo y le saca sonidos duros. Eso es todo. Después, cuando vas a su bar –que se llama “El Diablito”- y te quedás sin plata, por ahí te dice “no hay problemas, tomá lo que quieras que te anoto” mientras pone temas de Morrisey y saca de por ahí un cuadernito con espiral.
Mientras tocaban las chicas, Juan se puso a charlar con el dueño de Pugliese, que se llama así por eso de San Pugliese, un mito que a don Osvaldo le causaba gracia. Según su nieta, él decía que no era posible que hubiese un santo comunista. Después de los “Escéptica” apareció Coki a eso de la una de la mañana, con un saco entallado y un pañuelo blanco y negro, haciendo cuernitos con las dos manos, y su banda detrás: el Eloy; Diego Olivero en teclados; Franco Mascotti, en guitarra y Tito Barrera en batería.
Comenzó con temas de “Chico dinamita amor”, su último disco, que va a salir a fin de año con un dvd que por ahora se llama “Viva Rosario!”. Después vinieron los que empezamos a escuchar desde “Mi parrillada”, a fines de los noventa, hasta ahora. Si no fueran canciones tan gozosamente sucias y vitales podrían ser perfectos clásicos (pero decime si la palabra "clásico" no suena a frac o a christian dior). Son, más bien, temas "linyera".
En la mitad del recital Fito apareció con unos pantalones anchos y grises, distendido, con actitud de "no puedo abandonar mi onda de estrella popular pero sé que acá el escenario es el de mi guitarrista". Y también subió Pablo Dacal. Los tres hicieron “Polaroid de locura ordinaria” y “Lejos en Berlín”, un tema que cantaba en las apacibles siestas veraniegas en Firmat, con mi amiga La Dany, que ya había tomado la costumbre de tomarse algunas pastillas para aburrirse menos.
Nadie daba dos mangos por el pibe que subió a cantar "Joselito" (es un clásico eso de que Coki invite al público a cantar ese tema de Kiko) pero "el Masi" como dijo que se llamaba, la rompió. Y eso que hasta hacía un rato no paraba de tomar cerveza y de gritarle a Coki "soooo Dió!" mientras el otro se reía y ponía cara de "pibe, estás a punto caramelo". Igual, Coki también tuvo su momento "só dió" al tirarse a una suerte de mosh entre el público, con guitarra y todo. A esa altura, ya no tenía saquito entallado sino camisa blanca con jabot y una cara de alegría que lo hacía parecerse a un chico. "El rock no para", dijo al final mientras abajo hervía uno de esos pogos donde no hay violencia ni rabia sino fiesta que se estira más allá de los bises.
Al rato, Coki fue a El Diablito. Me hubiese gustado decirle que “No quise dañarla” tiene una mezcla de rock, tango y cumbia que explota como una bomba de fabricación casera y te clava las esquirlas en el corazón. Pero no me salió y además, es una frase un poco larga. Entonces le pregunté cómo estaba. "Feliz", dijo. Obvio. Una a veces pregunta giladas.
Al rato, Coki fue a El Diablito. Me hubiese gustado decirle que “No quise dañarla” tiene una mezcla de rock, tango y cumbia que explota como una bomba de fabricación casera y te clava las esquirlas en el corazón. Pero no me salió y además, es una frase un poco larga. Entonces le pregunté cómo estaba. "Feliz", dijo. Obvio. Una a veces pregunta giladas.
Cotidianamente genial!!
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