miércoles, 28 de abril de 2010

Memoria de Memucha

Estaban semienterradas en una montaña de yerba, cáscaras de naranja y otros desperdicios. Pero seguramente no las habían tirado hacía mucho porque el papel de algunas apenas estaba humedecido. Fotos viejas dispersas a un costado de la calle. Junté todas las que vi mientras unos cartoneros me miraban desde la vereda de enfrente. Me pregunté qué pensarían de lo que estaba haciendo, si pensaban algo. Para mí, ese trozo de lo que alguien había considerado “basura” y lo había amontonado contra bolsas de nylon, era un objeto curioso. Qué rápidamente revelaría su ternura. Para la gente que cartonea, la basura es una necesidad vital. No hay nada tierno en esta afirmación brutal. Así que los cartoneros me dejaron hacer porque saben que las chicas más o menos bien vestidas que hurgan la basura desean rescatar algún objeto artístico, bello, kitsch, pero no buscan nada urgente. Las chicas como yo buscan en la basura cosas que ellos no necesitan para pasar el rato.

Así es como me encontré con Memucha.

Deben ser cuarenta o cincuenta las fotos que tengo al lado mío mientras escribo. Se las voy a regalar a una persona que quiero pero antes me gustaría dejar este testimonio leve de que las fotos estuvieron acá.

“Las fotografías tienen para mí una realidad que la gente no tiene. Por medio de la fotografía las conozco”, dice Richard Avedon citado por Susan Sontag en Sobre la fotografía. Y por medio de estas fotos me encontré con una vecina que vivió durante casi toda su vida (las fotos lo dicen) a una cuadra de mi casa. Es que la mayoría de las fotos están escritas, con especificación del lugar donde fueron tomadas y la fecha. Un tesoro.

Las primeras están fechadas en 1937. “La divina, el encanto, el tesoro, nuestro amor un sábado de gran bendición”, dice en el reverso de una de ellas escrita con tinta negra en letra manuscrita. Al frente hay una nena con un saquito subida a un pony y dice “Recuerdo del paseo Jardín Zoológico”. Es Memucha. Estoy segura. Hay fotos de la misma época en el balneario municipal (“Elena, mamita y mi amor de Memuchita” tras una foto de dos mujeres con sombrero y una nena con capelina blanca) y en Retiro, con la nena sosteniendo un muñeco, metida en otro saquito lujoso mientras mira la cámara con desconfianza. Es decir, las primeras fotos fueron escritas por Elena, madre de Memucha.

Dos mujeres en un carro tirado por un caballo. Una foto inquietante (escolar) de un grupo de niños en uniforme con una maestra con rodete cerca de una jaula abierta donde hay un pájaro. Otra de una boda, con flechas y nombres que no se llegan a entender. Una chica con un perro en una instantánea curiosa.

“Te mando esta foto sacada en el río pero salí con la boca torcida. Mamita no se sacó porque a las dos juntas no sacaban”, escribe con letra infantil Memucha en una foto que agrega “Rosario, 7 de enero de 1947, recuerdos”. Parece que a esta mujer le gustaba salir de vacaciones a la sierra además. Hay unas cuantas fotos allí. Una, del 49, registra dos chicas jóvenes riendo arriba de unas bicicletas. “Querida mamá: gozosas de estar acá disfrutando del aire, del sol, de las sierras” (Carlos Paz, 5 de enero de 1949). Otra, registrada en Icho Cruz en 1962 muestra a Memucha junto a una mujer de batón: “A mamá, desde las sierras. Fijate cómo engordó la tía en diez días”.

Alberto, el padre de Memucha, le manda una postal en 1938 desde Piriápolis. Ahí hay un plano general del agua, con la cabeza de un tipo en el centro. Asoma apenas un hombro con una tira, probablemente el bañador. “Querida hijita: te mando esta foto para que la tengas a tu lado de noche cuando comés la papita”, comienza la postal, que abunda en diminutivos (“sé buenita”) y promesas (“voy a llevar arenita para que juegues mucho”) firmadas por “tu papá adorado”.

No sé nada de esta mujer. Y al mismo tiempo, tengo retazos íntimos de su vida. Estas fotos deben haber sido importantes para ella. Todos atesoramos objetos que amamos pero que carecen de significado para alguien más. La vida de esos objetos se agota junto a la nuestra aunque ellos no se vayan a la tumba sino al container. (Entre las fotos había una tarjeta con el nombre de Memucha, Ema, y la dirección. Toqué el timbre del portero que me confirmó que Ema había muerto unos meses atrás).

Un amigo me dijo que cada noche, cientos de fotos viejas son tiradas a la basura porque la gente no sabe qué hacer con ellas. Del mismo modo que no se sabe muy bien qué hacer con esa cantidad increíble y silenciosa de mujeres ancianas que pasean perros en las plazas mientras hablan a solas con sus recuerdos borrosos. Yo sé qué hacen esas mujeres. Arrojan al aire su legado ilegible.

lunes, 26 de abril de 2010

Juana Bignozzi

--¿María no está? --preguntó la mujer parada en medio de la sala a oscuras.
Era una tarde de invierno de 2007. El diario había anunciado que ese día María Moreno presentaba libro nuevo. Pero las dos que habíamos leído esa información éramos la mujer y yo. La gente no lee diarios. O quizás no le prestan atención.
--No, María no está --dije por fin. Y me ofrecí a ir a averiguar abajo lo que había pasado.
Bajé la escalera con el corazón en la boca. Y volví a subirla con un rezo secreto "que ella siga ahí, que ella siga ahí". Estaba. Alta, los ojos claros, la boca pintada. Tan Juana.
Averigüé y le dije que la presentación se había corrido al día siguiente. Ella susurró "uf" y se perdió en la escalera como un sueño.
Juana Bignozzi. La que escribió los poemas de Mujer de cierto orden que leí cuando era adolescente y que me había puesto los pelos de punta con esos versos tan obsecados donde Mujer se definía a sí misma como "temible / sí / temible". Ella era. La había escuchado leer en Rosario y ahora, en Buenos Aires, la tenía frente a mí. Y no pude decirle más nada a mi Nina Hagen de grano en la nariz y prosa filosa, clavada en mi corazón como un vudú.
Una entrevista excelente de Osvaldo Aguirre a Juana y poemás inéditos, acá.

sábado, 17 de abril de 2010

Mala madre

Te extraño.

Quizás sea porque esta mañana me desperté sola
y sobre la cama yacía un sueño escapado de la noche,
traspapelado como una boleta de luz
bajo la puerta de una señora que ha muerto.

Seguro que el sueño se escapó a través de mis piernas. Lo encontré ahí.
Soñé que expulsaba de mí un niño.
Lo guardaba en una canasta diminuta
y aquí lo tengo.

He parido un hijo de niebla.

Ahora deberíamos apurar el asunto de la casa compartida.

O acunar a nuestro hijo hasta olvidarlo.

Cosplayers

Nota en Las 12, de Página 12, sobre las adolescentes que juegan a ser sus personajes de animé favoritos. El texto, aquí.