A las puteadas. Con todo el cansancio del que soy capaz puteaba al mediodía mientras el chico del departamento de al lado tenía un ataque de tos. Yo no podía verlo pero sabía. Porque esa tos, aunque ronca, era de niño. De Niño Goyeneche, quizás, pasado de ventilador más que de trasnoche. Porque en estos días hace un calor de locos y por ahí el chico durmió bajo un ventilador demasiado fuerte, bajo un aire acondicionado inclemente, qué sé yo. Lo de “Niño Goyeneche” se me ocurrió porque en un momento comenzó a sonar un bandoneón y me gustó pensar que el niño había dejado de toser para empezar a cantar. Quizás el bandoneón venía de otro lado. Las personas nos armamos historias con pocos elementos y a veces confundimos todo.
No puteaba por la tos del chico, claro. Puteaba porque el fin de año me pone los pelos de punta. Entonces sonó el teléfono. Hace unos años vi a Baglietto con una remera que decía “341”. Esa es la característica telefónica de Rosario. Yo me siento “341”. Durante mi infancia fue “3465”. Y en el celular había una llamada que comenzaba con ese número. Era mi amiga Carla. Pero hace como un año que no la veo a Carla, que llamaba desde un fijo que no tenía registrado. Dijo “Hola, habla Carla”. Yo hice repaso mental de las Carlas que conozco. Y no pensé en ella particularmente. Además, estaba esperando un llamado de La Plata. Hace muchos días que no sabía nada de una amiga que a veces se pone muy triste y no atiende el teléfono ni chatea. Hace un rato otra amiga me avisó que mi amiga está bien, pero triste. Era lo que yo pensaba.
Carla me dijo: “Se murió el Oso”. El Oso se llama (bah, sigo pensando en él como presente y a veces como pasado) Ernesto. Problemas de salud, granja de rehabilitación ultra católica, diabetes y todo junto fue demasiado. Tenía unos cuarenta años, no más. Carla dice que no sabía bien si decirme o no porque al fin hace un montón de años que me fui del pueblo. Es verdad. De todos modos, el Oso es mi amigo de Facebook. Aún no revisé su perfil, me resultaría morboso. Una amiga (no Carla, no la de La Plata) me contó que luego de la muerte de una hermana suya, un montón de gente del pueblo le solicitó amistad vía Facebook, como si así pudieran asistir a la muerte ajena desde un palco y no desde el gallinero, allá arriba, allá lejos.
El Oso era músico. Quizás era otras cosas, pero para mí, sobre todo, era músico. Tocaba la guitarra, creo. Tenía algunas bandas en el pueblo y lo veía actuar en los recitales que se hacían en la cancha de básquet del Club Argentino. Había cierto clima rockero ahí: comíamos choripanes y mirábamos a nuestros amigos sentados en las gradas. Él no era mi amigo, al principio. Después empecé a militar en lo que luego sería el Frente Grande, con su padre y mi tío y el veterinario Amestoy (que venían del comunismo) y con otra gente que venía del Partido Intransigente y con otra que venía del peronismo combativo y otra que veía en Chacho Alvarez, Aníbal Ibarra y Graciela Fernández Meijide unos cuadros políticos que daban esperanza en medio de la andanada menemista. La unión hace la fuerza.
Muy fashion, el Oso. Atendía un local de ropa del centro. Era más bien petiso y por temporadas engordaba pero era un poco difícil no enamorarse de un tipo que me hablaba como si yo fuera adulta, que sabía cómo combinar los colores y que se reía fuerte pero con risa bonita, más contagiosa que violenta. Usaba un perfume con olor a madera suave y especias. Era el primer tipo al que conocía que usaba perfumes otros días que no eran los fines de semana. Y fue el primero en decirme abiertamente que le aflojara con la ropa batik y los aros largos y los colgantes de Parsec, pura estética hippie importada al pueblo que mi hermana mayor me traía desde Rosario, cuando ella era estudiante universitaria. Mi viejos ponían el grito en el cielo porque a veces yo me iba con ella y junto a los aros de ámbar y mostacillas y el descubrimiento de una ciudad de veras aparecieron novios con pelos largos.
Yo no tenía mucha plata para comprar ropa en el local caro que atendía el Oso pero un par de veces ahorré y me pude sacar en cuotas un vestidito o una remera cool. El resultado era medio extraño: combinaba vestiditos elegantes con bijou de alambrecitos berreta y unos zuecos de madera, que era el único calzado con taco que tenía.
A veces iba a tomar mates con sus viejos, que me dejaban fumar adentro de la casa. Toda una rareza. En mi casa no se fumaba. Mi mamá le cebaba mates a mi papá en un mate de chapa y mi papá se quejaba de que se quemaba los dedos. No me gustaba tomar mates con gente que se arrojaba indirectas como si yo no me diera cuenta de que se detestaban. El Oso tomaba mates con sus padres y tocaba la guitarra y su padre le enseñaba sobre acordes y composiciones. Una vez, Oso padre le reprochó que estuviera tocando una canción tremenda de desamor que Oso hijo acababa de escribir y a la que le estaba buscando la melodía adecuada. “Hay que hacer que las canciones tristes sean mejores, pa, como dice Mc Cartney en Hey Jude y yo estoy en eso”, le respondió el Oso.
Estoy triste. El Oso fue un buen amigo.
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Me gusta lo que escribís y como lo haces. Yo también son 0341 con raíces 03465. Fui compañero de la primaria del Oso y tengo muy buenos recuerdos de el. Hacia mucho que no hablaba con el y siento en el alma su perdida, es la primera persona de mi generación que se va. Estoy triste.
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