Hubo algo que no dije en el post anterior sobre Toto. Y es que Toto sí tiene quien lo ame. Ella se llama Flora y es como Toto en versión humana: alta y sinuosa, de grandes ojos claro, y con una apariencia muy dulce. Además, Flora es DJ así que seguramente tiene Mucha Onda. En verdad, fue todo un gran chiste que hice para tener de qué escribir mientras la redacción donde trabajo colapsaba un día feriado. Un hilito del cual aferrarme cuando las cosas no andaban bien.
Es que también el mundo exterior estaba colapsando. En este momento, hay cuatro muertos producto de una situación caótica, compleja, poco ajustada a la idea de “dos bandos que se pelean entre sí por el control de un terreno”, como se emperran en seguir diciendo algunos medios. Me refiero al conflicto por tierras en Villa Soldati. El miércoles los medios comenzaron a mirar esa avalancha de confusión, de violencia, de pobres contra pobres, de gente marginada, de políticas mezquinas, cuando ya se nos había venido encima porque hasta entonces el conflicto era, en verdad, más largo pero también más orillero: ocurría al sur de la ciudad. Cuando estas cosas ocurren, la realidad es una aplanadora y la gente que labura en los medios se las apaña lo mejor que puede. Porque no sólo está el deber de informar. También está la línea editorial de un diario, que va a determinar qué se va a contar y cómo. En el diario donde trabajo, los editores generales no se ponían del todo de acuerdo y mucha gente quedó en la redacción hasta la madrugada: editores, redactores, diagramadores, fotógrafos, correctores. Porque un diario es como el pozo del Quini 6: sale o sale. Un diario es, además, una empresa. Y los laburantes son eso, laburantes. Muchos. Sin nosotros/as, no hay diario. Pero a veces no podemos tomar algunas decisiones aunque las cosas se resuelvan con nuestro trabajo.
El tema del foco es bien interesante. Un amigo que conoce el lugar se fue a Soldati con su cámara. Trajo una filmación distinta de las de la tele. Por ejemplo, en un momento, los periodistas rodearon a una mujer a quien le habían asesinado un familiar. La mujer, morena, pequeñita, estaba en el centro de una batahola que se ocupaba de ella y no. Es decir, todo el mundo estaba con las cámaras, con los grabadores, con los micrófonos, rodeándola y afuera de ese círculo, otro, de más camarógrafos, tiracables, y afuera otro círculo de gente del barrio. Y en el medio la señora sola, llorando, en shock, asustadísima. Y nadie se ocupaba de ella. Y en un momento, simplemente se fue. La gente de los medios comenzó a las puteadas. Y un líder del barrio, Dionel Pérez, trataba de aplacar los ánimos.
No vi todo eso en la tele, sólo vi la señora que estaba y luego no.
En fin, que el día que escribí sobre Toto, nada de esto había ocurrido aún (era temprano por la tarde) pero la tensión en el aire ya se advertía. Y pasó algo raro: Flora aparece en una fotografía de las que yo escribí ese día en el diario. Pero yo no sabía eso.
Ayer fui a la muestra donde estaba la foto de Flora. Era un estudio de diseño convertido en galería de arte, en el borde entre Colegiales y Chacarita. Así que en algún lugar había mac y pantones (que son como unos catálogos de color) y carteles bonitos como este que decía: “las computadoras no son interesantes, sólo saben dar respuestas”. Me gustan los estudios de diseño porque parecen cajitas con ideas adentro.
Este tenía un par de salas. En una estaban las fotos tomadas por Raquel; en otras las de Norberto. Eran unos desnudos femeninos que, mirados con lentitos de esos de celofán de dos colores, se transformaban en desnudos en 3D. No es que la piel de las chicas fuera de repente una realidad palpable. Ellas seguían allí y vos de este lado, pero sus curvas eran más inquietantes.
Norberto me preguntó qué pensaba de las fotos en la terraza. La terraza daba a un cielo despejado, a unas copas de árboles que me recordaban a Rosario. Ok, era un día donde tenía ganas de acordarme de Rosario así que las copas de los árboles me venían bien y el estudio de diseño me venía bien porque estuve enamorada muchos años de un diseñador rosarino. A veces su recuerdo vuelve.
--Las fotos son lindas –respondí, sin mucho compromiso. Y dije algo sobre el hecho de que las chicas fotografiadas no eran modelos, no eran todas flacas, no eran todas tetonas, no eran todo lo que ciertos parámetros machistas esperan de un cuerpo femenino.
--Esos parámetros son violentos, la demanda de lo supuestamente perfecto es violencia de género –dijo Norberto.
No es común que un varón en una reunión social hable con claridad respecto de cualquier tema vinculado a problemática de género. Y menos, que en vez de afirmar tal o cuál cosa, me preguntase a mí que pensaba. Hablamos, por ejemplo, de que los varones siguen siendo educados con parámetros machistas. Y que eso se ve claramente en el sexo, con tipos que se desempeñan como si quisieran mandar, que hacen cosas de pelis porno, como piruetas y contorsiones burdas, que nada tienen que ver con la delicadeza con la que una desea ser tratada, mimada con sabiduría, con deseo, lascivia, con un presionar, besar, lamer en el lugar indicado, con saber hacernos explotar y disfrutar de eso y estallar junto a nosotras sin sentir que si gozamos, es sólo porque tenemos algo que no es nuestro entre las piernas. Si fuese así, si en la cama varones y mujeres fuésemos similares en nuestra diversidad, nadie se escandalizaría por andar metiendo dedos o juguetitos en orificios que no son sólo los de la mujer. Ahora que lo pienso, fue una conversación algo atípica para un evento mundano.
La mala noticia: es difícil encontrar un compañero que se deje llevar por una, al menos en ciertos momentos, que admita que nadie se las sabe todas y se abandone al misterio. La buena noticia: esa persona anda en algún lugar y la voy a encontrar.
En ese momento, apareció Flora.
Me contó que se va de viaje por unos días. Me preguntó si podía darle amor a Toto mientras tanto. Lo dijo así: darle amor. Yo pensé que me estaba pidiendo que lo trajese a casa. Le dije que sí, que lo traía. Se rió. Dijo que no era necesario eso, que ya tenía quien lo cuidara, que simplemente me proponía “darle amor” cualquier día que quisiera pasar. Luego dijo que le había gustado el post del Gato Punk. Y se fue.
¿Cuántas veces tuve ganas de dar amor o de recibirlo? Muchas. ¿Cuántas veces supe dar amor? Algunas, otras no. ¿Cuántas veces supe recibir amor? Ufff, todas las que no saqué las uñas, pocas a decir verdad. Y todo se resume en “quiero amor”, “puedo darte amor”, “no puedo dártelo”, “no puedo recibir amor”. Es que a veces no se puede, créanme.
Mientras pensaba en estas cosas, comenzó a cantar Maricel Ysasa, una chica que vuelve loco a Vincent Moon. Sí, Vincent, tan talentoso director de videos, estaba allí, filmando a Maricel, encantado de andar de incógnito por la ciudad descubriendo música. También cantó una mexicana, Valentina González. Ella era su propio instrumento. Loopeaba su voz, que era como una base rítmica, y cantaba arriba. Me recordó mucho a Camille. Descubrí a Camille una noche en Rosario, hace mucho ya. Me pregunté si las personas que hemos amado pueden seguir viviendo en nosotros sin hacer ruido, como un loop que nos permite imprimirle una forma más presente, moldear esa voz con lo que de ella aprendimos, cantar a coro o dejarla atrás. Creo que las personas somos las voces que amamos ahora más que las que hemos amado. Pero todas nos constituyen.
Valentina me contó que fue telonera de Camille, en Francia, cuando Camille presentó un trabajo llamado Le fil. El hilo.
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