Tres pelotas azules en el piso. Y el nene que las levanta apenas el subte arranca. Hace malabares, las golpea contra el techo, vuelven a sus manos,se agacha apenas, una queda en su nuca. Así, unas tres veces. Nadie aplaude. Es que quizás el nene sea demasiado pequeño. Agarra las pelotas. Pide monedas. Se detiene adelante de la caja que llevo, verde con pinitos y nieve dibujada. El nene me mira. Seca su frente con el reverso de su remera de Boca, tan amarilla, tan azul como las pelotas. "Qué calor ¿no?",comenta. Y me pregunta si le puedo dar... dar... dar... Le pido que me lo repita. Hay ruido, gente que baja y sube y el nene quiere algo en especial que no escucho. "Que si me podés dar algo de tu caja", dice. La abro y le digo que elija lo que quiera. Se encandila con unos confites de colores. Le doy los confites, el budín, el pan dulce, el turrón. Me mira. "Es mi primer regalo de esta Navidad", dice. Quizás no tengo hijos porque si mi hijo me mirase por un segundo con la gratitud de ese pibe, yo creo que el corazón se me derramaría. Y así no se puede vivir.
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