martes, 7 de septiembre de 2010

Al borde del cumpleaños

Además de un límite, la frontera es eso que pone a las cosas en tránsito.
(Pablo Makovsky)



Esta mañana recibí un sobre lleno de libros. Uno de ellos, editado por la editorial municipal de Rosario, se llama, justamente “Rosario, esta ciudad”. Es un libro de fotos tomadas por gente pro y aficionada, cuyo trabajo fue seleccionado por concurso. Como se explica en la introducción, para guiar en algo a los/as artistas, se armó una lista de más de quinientos términos que trataban de sugerir “lo inabarcable de una realidad urbana”. Y la lista incluía estas palabras, así, sin comas ni nada: garajes barcos familias tapiales perros autoservicios carteles publicitarios pizzerías circunvalación ventana lluvia vendedores ambulantes terraplenes… Y seguía.
No digo nada nuevo ni original si cuento que me emocioné al ver el resultado. Una es capaz de olvidar todo lo que ha visto, pero cuando las imágenes vuelven desde afuera, el olvido se disgrega. O se mezcla con el recuerdo y crea fotos difusas, que se superponen con las que están ahí, mirándote.
No es el hecho de recordar el río Paraná desde el ascensor del museo de arte contemporáneo. Es saber que alguien apretó el obturador allí donde una miró una vez. Desde ese mismo lugar vi una tarde cómo una empresa constructora hacía explotar unos silos añosos cercanos al puerto. Derribarlos era necesario para construir allí unas torres de edificios coquetos. No son los trenes detenidos en un lugar del bajo. Es recordar cuántas veces vi esos trenes desde arriba, como los ve quien tomó la foto, mientras cruzaba el puente, mientras pensaba en un hombre que ya no está conmigo o en amigos que hace mucho que no veo o en un paisaje que quedó ahí mientras yo me vine acá.
Reconozco la zona sur de la ciudad, con esas paredes pintadas con Eva y Perón y las avenidas anchas y esos negocios detenidos en el tiempo. También la estatua en medio de una fuente sin agua del garage Apolo. Es difícil explicarle a alguien que no es de Rosario que hay un garage de autos que en fondo tiene todo eso. En ningún otro lugar las azoteas son tan bonitas. Y la luz de la tarde cae oblicua sobre una terraza mientras las nubes se disuelven en la noche y las golondrinas migran. Yo lo vi. Ahora mi corazón lo vuelve a ver, por obra de estas fotos que llegaron hoy a la redacción de un diario de Buenos Aires donde trabajo.
Cuando volvía en el subte a casa, miraba el libro y pensaba que quería escribir algo sobre él. También sobre mi cumpleaños. Las dos cosas no tienen nada que ver pero a veces sucede que una siente que debe escribir así, sobre cosas poco integradas porque finalmente algo bueno sucede.
Es un poco hedonista querer decir algo sobre una que no le interesa a nadie. O sea, sé que hay gente que te felicita por tu cumpleaños pero no sé si eso te da derecho a postear algo al respecto. Y la conclusión a la que llegué es que los textos que me gustan en general no cuentan grandes historias. Inclusive muchos/as escritores/as hablan de sí mismos/as sin inconvenientes. Lo que hace bellos a esos textos es la capacidad de quien escribe de contar algo más allá de sí pero poniendo en la escritura toda la sinceridad de la que se es capaz.
Mi madre me mandó una carta hace unos días. Una carta con su letra cursiva de maestra jubilada a quien le inculcaron que debía dar el ejemplo con una caligrafía clara y hermosa, que entendiera hasta el del último banco. Ella escribe así. Me contó que le han empezado a ofrecer el asiento en el colectivo. Se rió de eso. Por alguna razón, yo me puse a llorar. Supongo que por el hecho de que mi madre tiene casi la edad de mi abuela materna al morir. Nunca antes había pensado en la muerte de mi madre. “Si la carta era de reír”, me decía mi vieja cuando hablamos por teléfono después. Pero claro, ella entiende que somos una familia de mujeres duras de corazón blando. Y lloramos como locas por cualquier pavada. “No llores en tu cumple”, advirtió mami como quien se dice algo a sí misma más que a otros/as. No puedo, mami. Estoy en la frontera de un nuevo año. Y por suerte, hay muchas cosas en tránsito.
Hay un instante del día (o del año, al menos) en que una piensa en todas las personas que ama o amó, en todas las personas que se cruzaron en tu vida un rato o mucho rato, en todas esas fotos que llevás prendidas del alma para que el viento a veces las mueva, las desacomode, se las lleve consigo a otros lugares (es que a veces no hay más remedio que irse).
Pienso en todas esas personas, con la cabeza o con el corazón.
Y pienso en dos niñitas que no conozco, Esmeralda y Olivia. Una está por nacer, la otra nació hace días. No viven en la misma ciudad ni sus madres ni sus padres se conocen ni comparten nada. Pero ellas marcan los dos extremos de las geografías donde me muevo: la casa materna y mi lugar aquí, hoy. Y son también la esperanza de lo que vendrá. En el medio, Rosario, la república creativa a la que estoy aprendiendo a volver. Hacia atrás, el pasado. Por delante, la vida tumultuosa. No es poco.
Feliz cumple.

3 comentarios:

  1. Todo el tiempo pienso y sostengo que es muy lindo cumplir años. Sentir que el tiempo pasa con peso por el cuerpo, la cabeza y el corazón de uno. Que hay años que cuestan más y otros que cuestan menos pero que estamos transitando una vida con la certeza de vivirla a pleno. Espero que llores todo lo que tengas que llorar y rías todo lo que tengas que reír porque en definitiva es tu cumpleaños y es el único día que uno puede hacer todo lo que quiera. Feliz cumple y salud, compañera de banco.

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  2. Ivana, qué hermosura, más allá de que sí me importe tu cumpleaños, me encanta leerte, me remueve ciertas emociones como el viento mueve esas fotos pegadas con alfileres en el corazón. Te quiero. Sonia

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  3. ivana, qué alegría encontrarme acá y qué alegrçia mayor leer tus cosas, leerlas para que acurran otras cosas. un beso (http://pifiada.blogspot.com/2010/11/el-corazon-de-las-cosas.html)

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