En 2003 participé de la organización del Bafici en Rosario. Es decir, una selección de pelis exhibidas en Buenos Aires que luego también se proyectaron en otros lugares. Allí conocí el documental Flores de septiembre, que por entonces estaba recién terminado. Este trabajo relata la desaparición de un grupo de alumnos del colegio Carlos Pellegrini. Recuerdo que cuando terminó la proyección, la sala quedó en silencio. Pasó un minuto, quizás dos, antes de que estallaran los aplausos.
Por esos días entrevisté a los realizadores y escribí una nota para El Eslabón. La nota comenzaba diciendo:
“Así trabaja la esperanza:/la torturan y no habla/no habla con la policía/ no habla con el juez/ no habla con almirantes/no habla con la muerte señora” escribe el poeta Juan Gelman bajo el cielo enrarecido de Buenos Aires, en 1975, pocos meses antes del golpe militar.
Desde allí hasta hoy, la palabra ha tejido los hilos sutiles que preservan nuestra memoria histórica. “Flores de septiembre” es un documental que habla de la represión a partir de un puñado de historias del cuarto año turno noche del Colegio Carlos Pellegrini, dependiente de la Universidad de Buenos Aires. En él se narran vivencias duras, que se van entrelazando en torno de la amistad y la militancia compartida por Mauricio Weinstein, Rubén Benchoam y Juan Carlos Mártire, tres alumnos de aquel curso, militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), ligada al peronismo revolucionario”. Muchas cosas han cambiado en el país desde esos días gobernados por Eduardo Duhalde tras la caída de De la Rúa. Algunos de los cambios más importantes son los avances en la recuperación de la memoria histórica, la apertura de juicios para encarcelar a los asesinos responsables de tanta muerte, los avances que ha hecho el Equipo de Antropología Forense en la identificación de restos de personas desaparecidas. Sin embargo, la película es de una asombrosa actualidad en medio de las tomas de colegios secundarios en demanda de mejoras educacionales, quizás porque la memoria se nutre a medida que la gente deja el miedo y habla y participa.
Para escribir la nota que publiqué en Tiempo Argentino visité el Pellegrini, que hasta entonces era para mí sólo un fotograma. También lo eran Alejandra Naftal o Gustavo Frojan, compañeros de los chicos desaparecidos. Y los familiares de Laura Feldman o Claudio Braverman, cuyas historias también se relatan. Pero, mientras me involucraba en la escritura de la nota, esa gente recuperó su carnadura, su dignidad, su dolor.
El jueves pasado fui al estreno comercial de Flores de septiembre en Artelplex Belgrano. Y allí estaban todos los que podían estar.
Cuando una escribe una nota, no sabe muy bien qué efecto tiene en la persona que lee. La escritura y la lectura son dos actos solitarios y quizás por eso me hubiese gustado ser estrella de rock, porque una enseguida puede percibir lo que sucede del otro lado. Pero acá estoy. Y el jueves vi a la gente que da testimonio en la peli leyendo lo que yo había escrito. Luego los realizadores me presentaron a Alejandra, a Gustavo, a otros. Nunca olvidaré el modo en que Alejandra me abrazó o el gesto breve que hizo Gustavo al decir “gracias”. Son esos momentos donde la emoción es anterior a cualquier otra posibilidad de relato.
La nota aparecida en el diario,
acá.
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