Siete personas se sientan en la mesa rectangular del restaurant.
De un lado, dos chicas, una sentada junto a un hombre que permanece ausente, mirando la televisión. Ellas conversan sobre ropa. Del otro lado, una mujer con su marido canoso, que lleva bermudas color caqui y zapatos de cuero que brillan. Al lado, una pareja joven. Él habla con el hombre canoso. Ella no habla. Mira las rayitas del mantel y las repasa con el borde de las uñas.
El hombre canoso pide la carta y ordena para todos.
La chica que no habla se levanta y va al baño. Vuelve y se sienta. Empieza a sudar. Tiene el pelo fino y castaño claro que empieza a caerse sobre su cara mientras ella se mueve como si tuviera convulsiones. La chica se desmaya.
Las otras dejan de hablar. El hombre que mira televisión fija la mirada en el lugar vacío de la chica caída bajo la mesa. El hombre canoso deja de hablar con el que la acompaña. Este último le sube las piernas sobre una silla y le limpia el vómito que ella tiene en la comisura de los labios. La mujer del canoso mira hacia otro lado, se aprieta las solapas del saquito de lino que lleva sobre los hombros por si refresca, por si el aire acondicionado es inclemente.
La chica que se desmayó se abraza a la cintura del hombre que está con ella, mientras un mozo pide un taxi por teléfono. La chica logra sentarse. Se quita los mechones de pelo de la frente húmeda, sudada, fría. "Estoy bien, estoy bien", repite aunque nadie le pregunta. Llora en silencio.
Llega un taxi y la pareja se va.
Las chicas que quedaron en la mesa vuelven a hablar. Un mozo lleva la comida. Otro acomoda la silla vacía en su lugar.
El hombre canoso le pide a su esposa que prenda unas velas que son como bengalas, con luces que crepitan en la punta y despiden chispas. Mientras tanto, él desenvuelve una torta. La mujer empieza a cantar que lo cumplas feliz y hunde las velas en la masa. El resto aplaude sin mucho entusiasmo.
El hombre canoso corta la torta con un cuchillo grande y afilado. Reparte la torta en porciones iguales. Ríe mientras se mira la punta de los zapatos.
wendy brown: nuestra época nihilista, una conversación
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Hace 5 días
Dios, me voya suicidar.
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