Una chica lleva un canasto de mimbre con ramitos de jazmines envueltos en celofán. Los acomoda y, entre sus dedos, el papel cruje como el gemido de una naturaleza anterior a todo. Es tarde. Cuenta los ramos. Desliza el canasto por su brazo y lo deposita en el piso. La calle Corrientes ruge a su alrededor. En los carteles, todas las actrices son bellas y tienen la mirada potente. Las luces de los autos titilan. Ella sólo tiene ojos para sus flores, tan blancas en el centro, con los costados apenas ajados. Entonces revuelve la mochila. Saca una botella de agua. La inclina con cuidado. De la botella caen chorros breves, que humedecen los pétalos. Las flores brillan como si revivieran. Después va hasta la parada de colectivo. Alguien resopla mientras ella sube con su canasto, que ocupa mucho lugar. Las hojas siguen verdes. Ella consigue un asiento y mira a través de la ventana el día que deja atrás, desvaído.
vos si que escribis lindo!
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