lunes, 13 de junio de 2011

Un pequeño pedazo de música que duele

El día anterior habíamos caminado unas cuarenta cuadras hablando de bueyes perdidos. Pero así son las cosas con los amigos que no ves por un tiempo: te reencontrás y comenzás la conversación allí donde la habías dejado o en cualquier otro lugar que, de todos modos, es interesante. Hablamos de la escritura, por ejemplo. Abonizio está dando un taller de letras de canciones en Rosario, donde vive. “Está bueno ir al espacio con otros astronautas”, dijo. También me contó que hacen letras de canciones con muchas cosas “con los números de la quiniela, con nombres de jugadores de fútbol”, por ejemplo. Y es que si un pibe siente que la escritura no es un paraíso lejano sino un oficio terrestre, quizás se anima.
En un momento, se paró frente a una vidriera con libros. Había novelas, autoayuda, cocina, todo mezclado. Y él se puso a improvisar versos con los títulos de los libros. No los recuerdo, pero juro que eran buenos. Quedamos en vernos un rato otra vez, al día siguiente, durante la filmación. Vino a Buenos Aires porque tiene un papel en la última que está filmando Daniel Burman.
Ese día, por la noche, me tomé el subte y leí algunas líneas de “Desayuno con John Lennon”, un libro de crónicas de Robert Hilburn que me parece interesante por lo despojado, por lo testimonial, porque Robert estuvo con Dylan, con Cohen, con Springsteen y los retrata como tipos apasionados, no como figuritas de colección. Además, él comenzó a escuchar rock cuando era una música under cuyo sonido llegaba desde los sótanos de la ciudad, no una banda de sonido al alcance de cualquiera a través de la web. Robert estuvo allí cuando la cosa empezaba. Y aún cree que los buenos músicos de rock son artistas populares más que estrellas.
En fin, nos pusimos a hablar de eso cuando nos encontramos en un teatro en el Once. A nuestro alrededor había actores de reparto, gente con cables, con micrófonos, gente que coordinaba gente y gente que acompañaba gente. Valeria Bertucelli, la protagonista, por ejemplo, andaba con su hijo. Jorge Drexler, el otro protagonista, con un par de amigos. Yo venía a ser la coequiper de Abonizio, que aguardaba su turno metido en un saco negro con un pin de Perón.
Me gusta mucho la música de Drexler. Llevo de vez en cuando sus temas en mi mp3 y versos como “somos un breve latir/ en un silencio antiguo/ con la edad del cielo” me habitan. Quiero decir, a veces una no sabe muy bien qué decir respecto de lo que te ocurre o de algo que te cuentan. Y que alguien pueda entenderlo sin conocerte, es una gran cosa.
Ahí estaba Jorge, con una bufanda de muchos colores, un saco con pitucones (son como unos parches en cuerina; mi madre compraba unos así en una mercería para emparcharme los pantalones cuando era chica) y unas zapatillas medio aparatosas. Es que Jorge corre, contó. Habíamos quedado un grupo, a un costado, mientras al lado filmaban una escena. Y Drexler, mientras tomaba café en un vasito de papel explicó que le dolía “aquí” y se señaló una pantorrilla “por andar corriendo”. Abonizio le preguntó si corría en la peli o algo así y él dijo que no, que “corre por correr”. Hablaba muy quedo (no es una bonita frase?), como buen uruguayo. Una amiga dice que parece un farmacéutico con onda, de esos que cuando recomiendan un antigripal, sonríen. Es que él se recibió de médico otorrinolaringólogo.
El trabajo de periodista te pone muy seguido al lado de gente “famosa”. En general, ver a esa gente no me pone los pelos de punta. Pero esta vez, era de otra manera. Por un minuto, me dieron ganas de ser totalmente groupie y decirle “Jorge, sacate una foto conmigo porque tus letras me conmueven”. Aunque no sentí que fuera lo mejor. Se lo conté a Abonizo, que se empezó a reír y dijo que una foto no era nada del otro mundo. Y entonces le pregunté por qué a una le gustan ciertos músicos de un modo tan fan, distinto de un escritor, de un artista plástico. “Bueno, a vos te gustan de ese modo”, me respondió con un poco de ironía. Ok, jodeme un rato, me la banco, ja, pero explicame qué pasa.
Entonces Abonizio volvió a pensarlo y dijo: “Un escritor puede tomarse un poco de tiempo y te puede seducir despacio. Pero un músico tiene menos de cinco minutos, lo que dura un tema. Y tiene que concentrar todo su talento en ese tiempito. Si es intenso para él, es lógico que también lo sea para vos”. Y claro, ya sabemos qué pasa cuando alguien te toma el corazón por asalto.
Después aparecieron un chico y una chica judíos, jovencísimos, que llevaban cada uno un bebé en cochecitos. Pensamos que eran parte de la peli, pero no, eran vecinos de la zona que venían a ver lo que pasaba. “Me voy al motorhome a esperar mi escena porque hace frío”, dijo Jorge y se fue.
La historia de los chicos judíos hablando con Abonizio sobre cuánto cuesta filmar una película la dejo para el próximo post.
(Gracias Miro por ayudarme a encontrar el título).

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