I) En abril de 1746, una denuncia anónima fue depositada en unos buzones llamados “agujeros de la verdad” que había en Florencia. La nota acusaba a Jacopo Saltarelli, de 17 años, de “llevar a cabo prácticas inmorales y satisfacer a aquellos que solicitan de él estas pecaminosas acciones” e involucraba a cuatro jóvenes más, entre ellos a Leonardo di Ser Piero da Vinci.
Las acusaciones por homosexualidad eran frecuentes en ese tiempo. El que entre los imputados estuviera Leonardo Tornabuoni, pariente de los Médicis, habría permitido “archivar” el asunto en dos meses. Una copia notarial del caso sobrevivió en las oficinas de los “Oficiales de la Noche”, la guardia florentina que, por un tiempo, mantuvo vigilados a los “sospechosos”.
El tema golpeó fuerte a Leonardo y muchos atribuyen a esto su partida a Milán.
(Extraído del fascículo Nº 21 de diario La Nación, donde se relata la vida de Leonardo Da Vinci)
II) Irse. A veces no hay otra: irse de un lugar porque no deja espacios para nuevos sueños, irse en busca de amor, irse para dejar atrás el desamor. Comprender que el concepto de patria no es necesariamente geográfico, que la patria está allí donde anidan los afectos pero los afectos verdaderos son suficientemente generosos como para dejar ir y aún así, brindar cobijo desde la distancia.
III) Entre las cosas maravillosas que tiene la ciudad donde nací, están mis amigas. Muchas de ellas ahora son madres. Sus hijos gatean, aprender a hablar, piden, piden, piden, dan. Pilar, de seis años, escribió una carta a Papá Noel con los regalos que deseaba: una carpa, una Barbie, un par de zapatos de taco y media docena de platos con flores pintadas para la abuela. Papá Noel olvidó el último detalle y trajo platos comunes, de vidrio esmerilado. Pilar no lo perdona.
Lucía acaba de cumplir 12 años y se estiró de golpe. Le empezaron a salir pelitos en las axilas. Ella le explicó a la madre que los quería dejar así, que no se ponía musculosa o no levantaba demasiado los brazos. A contrapelo (justamente) de las publicidades que muestran a chicas sin un milímetro de nada ni aún en el pubis, para Lucía el vello no es un problema.
Pero llegó el día en que tenía que bailar en una muestra de patín. Entonces la madre la llevó al baño, derritió cera y comenzó a aplicarla con delicadeza sobre la piel frágil. La madre quiere evitar las maquinitas de afeitar para que a Lucía no se le engrose el vello. Y Lucía, con los brazos en alto, se deja hacer mientras le dice a la madre que está cometiendo un error, que el abuelo y el padre también tienen pelos y a ellos nadie los manda a depilar.
IV) Tengo un tío que se está poniendo viejo y empieza a tener problemas para recordar. No recuerda su nombre, ni cómo manejar su auto ni si su mujer le encomendó comprar papas o zanahorias. Pero recuerda cuando, en los 70, los militares lo acorralaron a la salida de la fábrica de productos lácteos. José relata con exactitud milimétrica cómo a su compañero, delegado sindical como él, le tiraron un auto encima y lo mataron aunque luego simularon un accidente. También recuerda cómo lo agarraron a él del cuello, lo pusieron contra la pared y le dijeron que le perdonaban la vida porque tenía una hija lisiada, mi prima. Pero debió renunciar a su trabajo. Y nunca hasta ahora habló de eso, que también sucedió en la ciudad pequeña capital de la maquinaria agrícola.
Cuando lo fui a saludar esta vez, me abrazó con muchísima ternura. Tenía un poco menos de pelo y había encanecido de golpe. Las uñas de sus manos estaban largas. El me dijo: “Quiero que sepas que en este pueblo siempre habrá un tío que te ama”.
Qué hermoso Iv!!! Siempre esa mirada tierna y reflexiva sobre las cosas =)
ResponderEliminarQué lindo, Ivana! Qué lindo leerte. Besos. Sonia
ResponderEliminar