(Nota antes de empezar: En general, escribo estos textos con alguna música en la cabeza. Luego busco el video en YouTube y lo subo junto al texto, como una nota al pie, un dibujo, una compañía que despliega sus propios sentidos, que dialoga con lo que escribo. Esta vez no tenía ninguna música especial en la cabeza, sólo quería anotar unas cuantas cosas, las de acá abajo. Y cuando me puse a investigar en la web qué video podía ir bien con estas notas, apareció esta maravilla indie-pop de una bandita de ingleses casi adolescentes llamados "Swim Deep" que me encantó. Esta vez, la música llegó luego y sin embargo, lo que escribí adquiere un nuevo sentido si se escucha con el video o si se mira el video en algún momento. Estos hallazgos no dejan de sorprenderme).
Voy a nadar a las nueve de la
mañana, al menos un par de veces por semana. Pero hoy llego bastante pasadas las diez. Me quedé dormida, eso. Es un problema cuando
pasa algo así porque estoy tentada de quedarme en casa, no ir a nadar, fumar
como un escuerzo, pasar las horas mirando el techo. A veces, agarrar la malla y el bolsito es más que nada
un acto de fe.
Soy parte de un grupo donde hacemos algo que
podría llamarse “entrenamiento”. Pero ellos -que entrenan mucho más seriamente que yo- ya se han ido. En el
andarivel sólo está Lucas. Es un chico de unos siete u ocho años que a veces nada con otros de su edad. Sin embargo, esta vez no hay nadie más que él. Los dos hemos quedado un poco huérfanos esta mañana. Lleva
unos pantaloncitos holgados, las antiparras y un gorro de plástico azul en la
cabeza. Yo también tengo un gorro azul y las antiparras y una malla negra
surcada de líneas azules y magentas como rayos galácticos. En la pileta, todos
tenemos pinta de selenitas, de disfrazados, de raros, de seres escapados de un
espacio abisal.
La instructora de Lucas es también la
mía, Carla. Es de esa clase de mujeres menudas, de una elasticidad admirable,
de una vitalidad que apabulla. Tiene un poco más de cuarenta años y dos hijos.
Su hija es igual a ella pero aún más pequeñita. Lo sé porque este año Carla y
yo nos hicimos amigas de feisbuk. Las mujeres a veces somos como mamuschkas que
llevamos a otras parecidas y a la vez diferentes, en nuestro interior. Esas
otras mujeres pueden asumir la forma de hijas pero también de hermanas o amigas
o de otras que nos han precedido, aún nuestras madres. Las otras mujeres que
somos, que viven de algún modo adentro nuestro, incluso pueden asumir cualquier
otra forma de lo vivo, cualquier otra forma externa. A veces creo que vivir y
escribir no es más que reencontrar un fragmento de una misma, disperso a
lo largo de los siglos.
Carla saluda y me indica que puedo nadar en el mismo andarivel que Lucas, así nos pasa la rutina a los dos. Al costado de la pileta
están los guardavidas, que pasan muchas horas absortos en el agua y un poco, en
sus celulares. El jefe de todo esto es Sergio, un tipo grande, corpulento,
calvo, un viejo lobo de mar de ojos verdes. Sergio usa una remera negra que dice “Killin’
me softly”. Me pregunto de dónde sacó la remera. Él parece muy dueño de sí
mismo: ceba mates, acomoda las tablas, las manoplas, las patas de rana que
usamos para nadar. Saluda a los nadadores que llegan: hombres musculosos, otros
flacos y encorvados, chicas jóvenes que se arrojan al agua con decisión,
señoras más grandes que nadan lentamente, boca arriba. Sergio parece conocer a
todos. Les va indicando una serie de ejercicios a unos muchachos llenos de
tatuajes. Mientras tanto barre el lugar con una escoba que le queda minúscula.
Lucas me mira sin interés cuando me
sumerjo. Está entretenido en tocar el fondo de la pileta, aguantar la respiración,
hacer burbujas, subir a la superficie exultante, como si hubiese recuperado un
tesoro. “Empecemos”, dice Carla. Y Lucas arranca con sus crawl lentos. Lo dejo hacer, lo sigo. No tengo ganas de una rutina de vértigo hoy. Miro el
cartel grande, que está al fondo del natatorio techado. “Voluntad y fuerza
transformadora”, es el slogan del sindicato que tiene la pileta donde nado. Qué
motivador. Es todo lo que necesito para dar las primeras brazadas, que siempre son las más difíciles.
Lucas y yo nadamos juntos y no. Él está
en su mundo y yo en el mío. No tengo mucho trato de con niños así cuando tengo
uno cerca, me da interés. No soy madre, ni tía, son pocas las amigas con hijos
pequeños. Un niño es como un universo cerrado, que de a ratos se abre y deja
escapar una bocanada de aire fresco.
Carla está chusmeando con Sergio Killin’
me Soflty. Le habla de un cumpleaños de quince el fin de semana. El asunto me
interesa. Le pido a Carla que me cuente, con el cuerpo sumergido en el agua y la cabeza buscando lo que ocurre en al superficie. Ella me dice “ahora te muestro” y busca en su
celular. Veo esas fotos. Lleva un vestido apretado y tacos. ¡Mi profe! Irreconocible con una belleza de repente tan sexy aunque, bueno, siempre usa calzas y zapatillas bonitas. Nos
ponemos a conversar. Me cuenta que es un vestido que se compró en Las Oreiro. Me cuenta
detalles generales de la fiesta, de los chicos que fueron, de la cumpleañera.
Lucas escucha con paciencia, con un desinterés amable. En un momento se cansa y empieza a nadar pecho. Se ve su gorrito azul
emergiendo rítmicamente del agua. Dios, este chiquito me sacará ventajas si
sigo tan dispersa.
Voy y vengo con aplicación. Crawl,
espalda, mariposa, pecho. Me pongo las patas de rana. Hago unos largos más. Me
saco las patas de rana y me pongo las manoplas. Empujo el agua con fuerza,
escucho mi respiración, veo mis brazos entrar y salir del agua, el cuerpo que entra en otra sincronía. El agua es como una piel que me abraza, me cubre, se dispersa y vuelve
a acomodarse tras de mí. El agua es una amante perfecta, que te da lugar sin
perderse en vos, que se ajusta a tu anatomía pero enseguida cobra su propia
forma.
¿Lucas se dará cuenta de estas cosas que
pienso? ¿Se me notará de alguna manera, como cuando una llega al trabajo con la
misma ropa que el día anterior y una sonrisa ausente en los labios? ¿No es que el agua lava los pensamientos, las culpas, los miedos? ¿Limpia el agua los rastros
que dejan en la piel los amores nocturnos o los fantasmas de esos amores que
nos asaltan en las horas de sueño y así despertamos, más tarde de lo que
debíamos, con la inquietud o el alivio de que nada de eso era cierto? ¿Barre el
agua la oscuridad, el desagravio íntimo de saber que amamos a quien no nos quiere y aún
así nos metemos en su cama? ¿Tiene el agua la piedad de no llevarse tan rápido
un amor que nos cobija y nos presta su piel sin pedir nada a cambio?
El chico me mira con algo de interés
cuando por fin descanso un rato. En el borde de la pileta, dejo siempre una
botella con Gatorade. La busco. Sergio tiene sus manos apoyadas en el borde de
la escoba, que hace equilibrio sosteniéndole el peso. Ha dejado de barrer y parece detenido en otro tiempo. Tomo Gatorade y le pregunto a Lucas si
quiere. Me dice que sí. Toma Gatorade, opina que no es muy rico, que tiene un
poco de gusto a remedio. Estoy exhausta y él parece recién llegado al mundo.
Se vuelve a hundir y a emerger, chapotea, dice que le gustan las burbujas
porque son como cosquillas. Carla asegura que voy bien, que desde que volví a
nadar voy bien. Sonríe, me hace una señal de triunfo con los puños cerrados y
en sus manos (las uñas pintadas de un azul profundo y hermoso) tintinea el dije
con forma de cruz de su anillo. Adoro que sea tan coqueta.
extrañaba mucho leerte, hoy encontré tres impecables posts. gracias :)
ResponderEliminarCertera y degustable prosa.
ResponderEliminarSaludos.